
Y detrás de esa pregunta siempre encuentro lo mismo: miedo, vergüenza, desconocimiento y una enorme confusión entre conceptos que, para la salud mental, son fundamentales de diferenciar.
Hoy quiero explicar —con palabras claras, desde mi rol clínico y también desde mi mirada humana— qué distingue a un fetiche, una parafilia, y en qué momento estamos frente a un trastorno parafílico, que es donde realmente hablamos de patología.
Fetiche no es sinónimo de enfermedad
Muchas personas sienten excitación por objetos, telas, zapatos, partes del cuerpo no genitales o situaciones particulares. Eso, en sí mismo, no es una patología.
Lo explico siempre de esta manera:
“Un fetiche es una variante más de la expresión sexual humana. Puede ser peculiar, curioso, distinto… pero no necesariamente problemático.”
Un fetiche puede nacer por aprendizaje, asociaciones tempranas o experiencias significativas. Es parte de la diversidad sexual, siempre que haya consentimiento, libertad y no genere sufrimiento.

¿Y entonces qué es una parafilia?
El término “parafilia” es más amplio. Se refiere a intereses sexuales persistentes e intensos por objetos, situaciones o personas atípicas.
La clave está en comprender que:
● Parafilia no es un diagnóstico.
● Trastorno parafílico sí lo es.
Como profesional, me interesa subrayar que tener una parafilia no convierte a nadie en un “enfermo”. Lo problemático aparece cuando ese interés sexual causa sufrimiento, interfiere en la vida cotidiana o implica daño o riesgo para otros.
El DSM-5 hace esa distinción porque, clínicamente, es imprescindible. Y como sociedad, también.

Cuándo hablamos de patología
Un interés sexual es considerado un trastorno parafílico cuando:
● causa angustia significativa,
● afecta la relación de pareja, el trabajo o la vida social,
● o involucra situaciones sin consentimiento, coerción o daño.
En esos casos no hablamos de diversidad sexual, sino de una condición que requiere evaluación, acompañamiento profesional y un marco ético claro.

La neuropsicología también tiene algo que decir
Desde mi trabajo como neuropsicóloga, veo que muchas conductas sexuales atípicas tienen un correlato neurológico interesante. La excitación erótica no es un acto voluntario: involucra redes cerebrales complejas donde interactúan:
● Amígdala: detector emocional y de estímulos intensos.
● Hipotálamo: centro de respuestas sexuales básicas.
● Sistema dopaminérgico: placer, recompensa, repetición.
● Corteza prefrontal: regulación, juicio, límites, inhibición.
Cuando estas redes se sensibilizan a un estímulo particular —por aprendizaje o repetición— el cerebro puede hiperespecializarse, concentrando la excitación en ese solo estímulo.
No es “locura”, no es “perversión”: es neurobiología.
Pero cuando esa excitación domina al sistema de regulación (prefrontal) y se vuelve compulsiva, impulsiva o riesgosa, es cuando aparece la dimensión clínica.
Lo que dicen los números
La investigación reciente es clara: los intereses parafílicos son mucho más frecuentes de lo que la sociedad cree.
● En un estudio de Quebec con más de mil adultos, casi la mitad expresó interés en al menos una categoría parafílica, y un tercio había experimentado alguna conducta asociada al menos una vez.
● En una muestra de la población checa de más de 10 mil personas, el 31% de los hombres y el 13% de las mujeres reportaron algún tipo de preferencia parafílica.
● Sin embargo, solo una proporción mínima llega a cumplir criterios de trastorno parafílico.
¿Qué muestra esto? Que la sexualidad humana es mucho más diversa que el modelo tradicional, y que lo que hoy consideramos “atípico” probablemente forme parte del mapa normal de la sexualidad futura.
La sociedad que viene: más libre o más confundida
Vivimos en una época donde la información —y la pornografía— están disponibles al instante. Esto genera desafíos enormes:
● Se amplifican prácticas que antes quedaban en círculos íntimos o subculturales.
● Personas jóvenes se exponen a estímulos que modelan su sexualidad desde edades muy tempranas.
● Aparecen dudas sobre identidad, excitación y prácticas que antes no existían como preocupación.
Creo firmemente que la respuesta no es el juicio moral, sino la educación sexual, el diálogo y el acceso a profesionales capacitados.
Entonces, ¿qué diferencia un fetiche benigno de una patología?
Lo digo siempre de manera simple:
“Lo que diferencia la diversidad de la patología es el daño.”
Daño hacia uno mismo:
● culpa, angustia, compulsión, dependencia, deterioro de vínculos.
Daño hacia otros:
● ausencia de consentimiento, coerción, explotación o riesgo.
Mientras la conducta sexual sea consensuada, segura, libre, no compulsiva y no genere sufrimiento, estamos frente a una variación normal de la sexualidad humana.
Y si aparece sufrimiento, compulsión o riesgo, la psicología y la neuropsicología tienen herramientas para acompañar, sin estigma y con una mirada profunda sobre el cerebro, la conducta y la emoción.

Una reflexión personal para cerrar
Como profesional, me encuentro todos los días con personas que cargan vergüenza por sus fantasías o intereses sexuales. Y siempre pienso lo mismo:
El problema nunca es el deseo. El problema es el silencio, la culpa y la falta de información.
Diferenciar entre fetiche, parafilia y trastorno parafílico no solo es una cuestión clínica: es una herramienta para vivir la sexualidad con más libertad, responsabilidad y salud mental.