Ozzy Osbourne se despide en Birmingham

Ozzy Osbourne se despide en Birmingham

Este sábado, Birmingham no será solo una ciudad. Será un altar.
Y sobre ese altar, el heavy metal celebrará su última misa con el único sacerdote capaz de conjurar demonios y redimirlos con un solo grito: Ozzy Osbourne.

El hijo pródigo regresa a casa. Pero no para quedarse.
Regresa para despedirse.

No será un show. Será un funeral sin muerte.
Una ceremonia pagana donde el rock llorará de pie, con los puños en alto y la garganta rota de tanto cantar. Porque no se va un músico: se va un símbolo.
Una voz que nunca fue perfecta, pero sí inconfundible.
Un alma que vivió en el exceso, pero que sobrevivió para contarlo.

Ozzy Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas, se despide de los escenarios en la ciudad que lo vio nacer. Y lo hace como solo él podría: invocando a sus demonios, abrazando su leyenda, y dejando una marca que ni el tiempo ni la industria podrán borrar.

Ozzy no fue solo el frontman de Black Sabbath. Fue el arquitecto de un sonido, el rostro de una rebelión, el grito de una generación que encontró en el metal un refugio y una trinchera.
Su figura, tambaleante pero invencible, representa algo que ya no se fabrica: autenticidad brutal.
En una era de clones, filtros y hologramas, Ozzy es carne, hueso, locura y redención.

Este sábado, miles de fanáticos de todo el mundo se reunirán en Birmingham para ser testigos del cierre de un ciclo irrepetible.
No habrá otro Ozzy. No habrá otra época como la suya.
Y cuando suba al escenario, con la voz quebrada pero el espíritu intacto, todos sabremos que no se despide un artista: se consagra una leyenda.

Porque Ozzy no se apaga.
Ozzy se transforma en mito.