La escritura como posibilidad de reparación

En un mundo que a menudo desgarra y silencia, la escritura ofrece un refugio donde poder hacer una pausa y escucharse.

La escritura como posibilidad de reparación

No es casual que, en momentos de crisis, muchas personas encuentran en la palabra escrita una forma de sostenerse. Por ejemplo, en un mensaje, en una nota en el celular para desahogarse, en una carta que no necesariamente es enviada. Porque escribir va más allá de narrar: es tender un hilo hacia lo vivido, es narra el relato de aquello que nos atraviesa y nos desborda.

Diferentes autores, desde James Pennebaker hasta Claudia Masin, coinciden en que la palabra escrita puede ser utilizada como un puente hacia la reelaboración emocional. No se trata de escribir para olvidar, sino para recordar de otro modo; para encontrar sentido donde antes había ruido y vacío. Se trata de tomar entre las manos aquello que duele y mirarlo con compasión.

Jorge Luis Borges, por ejemplo, contó en una entrevista que una noche el insomnio lo invadía. Entonces se sentó y escribió uno de sus cuentos más destacados, “Funes el memorioso”, cuyo personaje principal representa su propio padecimiento. Luego de aquél cuento, declara Borges, el insomnio desapareció de su vida como una sombra que ya no tenía lugar junto a él.

Gracias Musas por acompañarnos

Siguiendo esta misma línea, Alejandra Pizarnik volcó en sus versos sus luchas internas, su dolor y su búsqueda de identidad, utilizando la poesía como un espacio para expresar emociones difíciles de verbalizar. Lo sabemos gracias a “Correspondencias”, donde sus cartas revelan cómo la escritura fue para ella un lugar de sentido y, al mismo tiempo, una ventana a su vulnerabilidad y a su angustia.

Sanar, en este contexto, no significa dar vuelta la página como si nunca hubiera ocurrido, sino poder nombrarlo sin desgarrarse. La escritura lo habilita: decir lo que antes parecía imposible de nombrar, poner en palabras algo que dolía demasiado o que estaba atrapado sin una forma. Es un lugar entre lo personal y lo que puede compartirse, entre el caos de la experiencia y una forma que le da sentido.

Propongo lo siguiente: hacer un inventario de lo que no se ve a simple vista. Escribir sin filtros una lista de aquello que llevamos dentro: pérdidas, resistencias, miedos, decisiones, dolores. Este ejerció nos permite vernos más allá de la imagen que mostramos hacia afuera. Nos acerca, palabra a palabra, a ese lugar profundo que suele permanecer oculto, pero que necesita ser contado para poder transformarse.

Cuando escribimos, no solo organizamos la experiencia: también nos damos el permiso de sentirla. En este sentido, escribir puede ser también un acto político: resistir al silencio impuesto, al relato único, a la idea de lo que “debería” habernos pasado.

La escritura no cura en términos médicos, pero sí en términos humanos. Nos devuelve el derecho a hablar en voz propia. Nos permite nombrar lo que fue y, a veces, imaginar lo que todavía no pudo ser. Y en ese gesto, delicado pero poderoso, hay un inicio posible para la transformación.