
Hay momentos en los que escribir se parece a encender una luz en medio de una habitación oscura. No se trata de entender todo lo que vemos, sino de atrevernos a mirar. La escritura, en su gesto más íntimo, no busca la perfección: busca presencia. Es un modo de volver a uno mismo, de nombrar lo que a veces se escapa entre los días.


Hay momentos en los que escribir se parece a encender una luz en medio de una habitación oscura. No se trata de entender todo lo que vemos, sino de atrevernos a mirar. La escritura, en su gesto más íntimo, no busca la perfección: busca presencia. Es un modo de volver a uno mismo, de nombrar lo que a veces se escapa entre los días.
Durante años creí que escribir era sólo para quienes tenían talento o grandes historias que contar. Hoy sé que escribir también es una forma de sanar. Es un espacio donde lo cotidiano se vuelve significativo, donde una frase simple puede abrir un mundo. Escribir es detenerse en lo que duele, pero también en lo que florece.
Quizás por eso este año espero con entusiasmo “Escribiembre”, un mes dedicado a ese acto tan simple y tan poderoso: escribir todos los días. No importa si es una línea, un poema o una lista de pensamientos; lo importante es sostener el gesto, darle continuidad a esa conversación con uno mismo. Cada palabra escrita es una forma de permanecer, de construir sentido incluso cuando el mundo parece desordenado.

Escribiembre” no es una competencia ni un desafío de productividad. Es una práctica de encuentro. Es un recordatorio de que todos tenemos una voz, aunque a veces la hayamos olvidado. Participar es abrir una puerta a la creatividad, pero también a la ternura propia: permitirnos escribir sin miedo, sin filtros, sin pretensiones.
Te invito a ser parte de esta experiencia. Porque escribir no siempre cambia el mundo, pero puede cambiarnos la mirada.